jueves, 17 de octubre de 2013

On air: El Cementerio de Cádiz

Estos días están las máquinas trabajando en el cementerio de San José para derrumbar las cuarteladas que siguen en pie. La noticia que publicaban los medios me ha dado lugar a mi columna de esta semana.

Como no conocí a mi abuela y mi abuelo nos dejó cuando yo tenía poco más de dos años, el único recuerdo que guardo de ellos es el frontal de una lápida en el Cementerio de San José. Allí iba cada fin de semana acompañando a mi padre a honrar a los difuntos, según le enseñaron en su tradición. Limpiábamos, cambiábamos el agua, comprábamos flores nuevas y nos movíamos en silencio por allí. Después llegaron otros a los que sí conocí y ver sus lápidas suponía recordar los momentos que habíamos vivido juntos y empecé a entender el porqué del silencio y la tristeza de aquel lugar. Eso fue antes de que los muertos se fueran a Chiclana y se pusiera de moda la incineración. 
El Cementerio da para tantas historias como ocupantes y visitantes. De las más desgraciadas, sin duda, la de los arrojados a la fosa común, fusilados por rojos en una guerra entre hermanos y sin derecho a lápida. O la de las sepulturas vacías de esos niños robados cuyas madres aún los buscan denodadamente tres décadas después.
Cada uno tendrá un recuerdo de aquel cementerio y supongo que el otro día, la prensa publicaba la imagen de la piqueta mandando a tierra las cuarteladas que sirvieron de tierra a tantos féretros se le vendría a la cabeza. Recuerdos y anécdotas como aquel día, a mediados de los noventa en el que fuimos a visitar una casa en venta en la calle Pereira. El balcón, ofrecía la imagen maravillosa del océano en su inmensidad y la tétrica del cementerio en su eternidad. Alguien, no sé si mi madre, no sé si yo, nos lamentamos de aquella visión a lo que el vendedor nos respondió “¿El cementerio? Pero si ya está cerrado. En dos años lo han tirado y hay una plaza preciosa”. 
Los dos años se han multiplicado por diez y veinte años después aún está Cádiz tirando su cementerio. Si fuera lo único, podríamos hablar de suceso excepcional, pero el listado de cosas de nuestra ciudad que deberían estar terminadas y siguen en proceso, no se acaba. Desde las recién terminadas viviendas del Matadero, que con toda su polémica final, acumularon un lustro de retraso, hasta el segundo puente que nunca estará para el Bicentenario. Y por medio la Ciudad de la Justicia, el Pabellón Portillo, Valcárcel, el Náutico, el Olivillo, Talleres Faro, Navalips,… Hasta la iniciativa privada fracasa en ejemplos como el de Los Chinchorros, justo en la puerta del cementerio. 
Estos días terminamos de tirar el Cementerio de San José porque Cádiz ya no necesita un lugar concreto para enterrar. Sin pulso, sin iniciativas y sin cumplir sus proyectos está tan muerta que todo Cádiz es un cementerio.

lunes, 14 de octubre de 2013

On air: La vergogna di Lampedusa

Con retraso cuelgo mi artículo de este jueves, dedicado a la tragedia de Lampedusa. Sin embargo, no pierde vigencia porque este viernes volvió a ocurrir otra tragedia en el intento desesperado de los desheredados de la tierra africana por llegar a las costas europeas. Precisamente, este miércoles la APDHA ha convocado una concentración en solidaridad con tantas y tantas víctimas habidas y por llegar y en repulsa por la actitud de los gobernantes de Europa.

Ya han llegado a 300. Pero no hablamos de los espartanos que lucharon contra los persas en la batalla de las Termópilas. Los 300 a los que me refiero han tenido una semana de medios, quizá algunos días más, pero no pasarán a la historia. Entre otras cosas porque solo son 300 más. 300 cadáveres que han sido ya rescatados de la barcaza hundida en Lampedusa tratando de alcanzar el sueño europeo desde el continente africano. Pero en el barco quedan aún algunos y en el fondo del Mediterráneo muchos más. Hasta 25.000 africanos, según las estimaciones menos pesimistas, han perdido la vida huyendo de la pobreza y de la miseria.
Las dantescas imágenes de las hileras de féretros, muchos de niños, las historias contadas por los submarinistas, esa madre que se ahoga aferrada a su hijo de pocos años… la tragedia de Lampedusa sacude a todo aquel que pueda mantener un mínimo de humanidad. Pero nuestras reacciones son tibias, con poco compromiso aunque las dimensiones del desastre admitan difícil comparación.
Cuando los africanos mueren poco a poco, no interesan. Si no mueren pero se juegan la vida tratando de saltar una valla, cada vez más alta, cada vez más fortificada, se convierten en asaltantes, en amenaza. Si mueren muchos a la vez en nuestras costas volvemos la cara un rato. Es la hipocresía de esta Europa. Una Europa cada vez más fortificada que no se para a pensar en los desheredados que se quedan a las puertas.
Y llegan los gobiernos, los mandamases de Bruselas, de Frankfurt, de Estrasburgo para prometer dinero en inmigración pero no cuentan en qué lo gastarán. Porque Europa ya se gasta mucho dinero en los inmigrantes subsaharianos. Euros para que los gobiernos del norte de África controlen a los inmigrantes y que estas tragedias no sucedan en nuestras costas que eso llama la atención de la opinión pública y nos hace mirar a África. Los muertos africanos en los desiertos tampoco importan.
Pero los gobiernos no cuentan que en Italia cambiaron las leyes para que cualquier ayuda prestada a un inmigrante se convierta en delito y que, tal vez por eso, dos pesqueros que divisaron a la embarcación a la deriva no pusieron empeño en rescatarlos.
Hoy aprovecho que hemos vuelto por unos días la cara para fijarnos en lo que les pasa a los que buscan el sueño europeo para advertir que mañana, la semana que viene y el mes próximo la tragedia seguirá ocurriendo y que nuestro compromiso después de haber esquilmado el continente africano, sostenido a dictaduras y desempoderado a los pueblos va más allá de pagar los entierros.