jueves, 2 de agosto de 2012

On air: Apellidos

Saucedo y Aído en foto de lavozdigital.es

La columna de esta semana surgió hace mucho tiempo cuando a un acto acudió Raul Perales como Director del Instituto de la Juventud de la Junta de Andalucía. Otor Perales, pensé. Después vi a los Aído, Pizarro y, lo último el nombramiento de Delegados Provinciales de la Junta de Andalucía en Cádiz y, entre ellos, a Cristina Saucedo hija del exSubdelegado del Gobierno. 

Con las cuatro letras de su apellido, mi padre me ha transmitido la obligación de deletrearlo siempre para evitar que le metan una U por medio. También me ha trasladado bastantes filias de quienes me aprecian sólo por conocer su honestidad y, por supuesto, alguna fobia de aquellos a los que se enfrentó, seguro que con un buen motivo. Llegados a este punto de la vida, no me parece mal. Ahora bien, si mi padre, en lugar de ser un obrero, fuera un noble me habría podido transmitir su título nobiliario como los hijos de la Duquesa de Alba o los de Esperanza Aguirre. Con esa despreocupación económica que da tener el futuro resuelto, podría criticar las subvenciones de unos centenares de euros a los jornaleros o las mamandurrias a los sindicatos que son siempre de peor alcurnia que los enchufes en la Administración o los grandes latifundios. Si mi padre fuera un cacique en Castellón me podría haber dejado en herencia la presidencia de la Diputación de aquella provincia y todo arreglado con mis nuevas generaciones para ocupar un puestecito en el Congreso de los Diputados en el que insultar a la plebe. Pero si mi padre, de socialista y obrero, se hubiera convertido en un político de carné y cargo público, también me habría dejado la vida resuelta. Porque si yo me apellidase Perales, Saucedo, Márquez o Pizarro tendría un puesto asegurado. Un puesto de libre designación. Un dedazo. A lo peor me habría presentado a una convocatoria electoral, de relleno que repitiendo apellido no se encabezan listas, pero en un puesto de los que salen seguro. Una vez allí, me podrían mover de un sitio a otro sin quedarme nunca desocupado gracias a mi apellido. En el Instituto de la Juventud, en la Empresa Pública del Suelo, en Instituto de la Mujer,… De hecho, si mi apellido fuera Aído podría haber llegado incluso a ministro, aunque después hubiera quedado en evidencia mi nula capacidad, mi falta de formación.. A mi me habría dado igual, porque antes de que todo explotase yo habría cogido las maletas para conocer Nueva York con cargo a algún organismo de esos en los que se cobra mucho y se trabaja poco. Hasta en Izquierda Unida con el apellido se llega lejos y si no que se lo pregunten a Amanda Meyer. Seguro que seré injusto con alguno de ellos pero esta nueva endogamia socialista llama la atención. Son apellidos tocados por la mágica vara del servicio público que nunca han hecho nada fuera de la política. Después algunos se lamentarán por la desafección de sus bases pero la versatilidad de los políticos que son hijos de políticos produce náuseas. Ahora no hace falta tener padrino, basta con tener un padre que diga haber estado en la transición.

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