sábado, 3 de septiembre de 2011

#yoquierovotar


Una de las cosas a las que he dedicado parte de mi vida profesional ha sido al estudio de la Constitución Española. Han sido tantas veces las que se ha planteado la necesidad de reformar la Constitución, el papel del Senado, el reparto competencial autonómico, la igualdad en la sucesión de la Corona y siempre la respuesta ha sido la misma: no era conveniente abrir el melón constitucional por la posibilidad de romper el consenso sobre la Carta Magna.

Por eso, me sorprende especialmente que, tras una semana de vacaciones, cuando regreso está todo hecho para reformar la Constitución Española e introducir una modificación en el artículo 135 que consagra el principio del déficit cero, tan del gusto del neoliberalismo económico que rige los destinos de esta Europa camino del desastre total.

Desde mi modesto punto de vista, la reforma supone un auténtico desatino. Un desatino en el fondo, porque representa la constitucionalización de una determinada política económica. No es que yo sea un experto en economia, realmente, no soy un experto en casi nada, pero con esta idea del déficit cero Keynes no habría sacado de la ruina a los Estados Unidos. Tampoco los recientes premios Nobel, Paul Krugmann o Joseph Stiglitz comparten esa visión de la política económica. Ni siquiera Zapatero cuando se presentó a la renovación hace tres años y medio creía en eso del déficit cero y el recorte de ayudas sociales. Hay, por tanto, otras formas de afrontar la economía que, tras la reforma del artículo 135, no caben en España.

No es que la perspectiva utilitarista haga más conveniente la reforma. Se dice que la misma calmará a los mercados pero, ¿quién puede asegurarlo? Han sido tantas reformas para calmarlos que resulta ridícula la credulidad con que algunos aceptan que esta entrega constitucional satisfará el afán devorador del capitalismo más desenfrenado.

Pero el mayor desatino me parecen las formas. Se trata de una reforma dentro del marco constitucional, por supuesto, que han aprobado en el Congreso una mayoría superior a los tres quintos que exige nuestra Carta Magna, mayoría que con total seguridad se repetirá en el Senado. Pero esa es una mayoría ficticia. Es una mayoría lograda con los votos del PP y el PSOE y ninguno de los dos partidos llevaba esta reforma en su programa electoral en las pasadas elecciones. De hecho, el PSOE defendía una política absolutamente distinta, por lo que utilizar sus 10 millones de votos para imponer constitucionalmente el neoliberalismo supone una traición a cientos de miles de españoles. ¿Cuántos votantes del PSOE están en contra de la reforma?

En pleno período de confección de las listas electorales es mucho más fácil lograr la unanimidad del grupo bajo la premisa guerrista del que se mueva no sale en la foto. Y de momento sólo se han movido cuatro en un nuevo ejemplo de la imposición de la partitocracia. Porque el cuento de que Rubalcaba los convenció a todos es tan pueril como la consideración que tiene Zapatero de los españoles. Si es tan fácil convencer a 150 diputados, personas formadas, preparadas y al cabo de la realidad; por qué no convocar un referéndum y convencer a los ciudadanos. Quizá porque a los votantes no se les puede ofrecer un puesto en las listas electorales.

Zapatero, al que siempre se le ha llenado la boca de hablar de la democracia y sus principios, hace tiempo que se olvidó de ella y la sustituyó por la mercadocracia por eso nos priva del referéndum. Un referéndum que probablemente ganaría el sí, pero que nos daría el derecho a debatir y que obligaría a explicar, por fin, las verdaderas razones de la reforma. En ese caso, si la mayoría de los españoles votan que sí, nos tendremos que conformar, pero será una decisión democrática y no, como ahora, partitocrática o, lo que es peor, mercadocrática.

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