lunes, 8 de agosto de 2011

Angelita

El Colegio Público La Inmaculada hoy.
Ayer me encontré con Angelita. Aunque somos casi vecinos, entre sus viajes a Alemania y mis prisas, hacía algún tiempo que no hablábamos. Sin embargo, pese a tanto como hemos hablado tantas veces, nunca me he atrevido a decirle lo que representó en mi vida. Pero no quiero que por tardar demasiado se haga demasiado tarde, y ayer me decidí a que no pasaría ni un día más sin explicarlo, aunque no fuera a ella directamente. Es mi humilde homenaje, lo menos que puedo hacer para compensar todo lo que me dio esa mujer.

Y es que Angelita, Angela Martínez Accame, la señorita Angelita, fue mi maestra durante cinco años de vida. Profesores he tenido muchos, pero maestros sólo dos o tres. Una fue mi madre. Otra ella, sin lugar a dudas. Mi admiración y respeto no nacen del hecho de que fuera mi tutora en la ya difunta EGB. También lo fue la señorita Emilia y de ella no guardo más recuerdo que la torta que le pegó a un compañero. Eran otros tiempos y otra enseñanza. Pero no para Angelita. Ella siempre nos trató como lo que seríamos, futuros adultos.

A fe de ser sinceros, no recuerdo mi primer día de clase con ella. Sí recuerdo que los mayores en el autobús del colegio, me decían que era muy dura, muy exigente,... Con siete años a mi me entraba por un oído y me salía por otro, porque a mi me preocupaba más quién iba a traer el balón para el recreo que lo que pasara en el aula. Era la consecuencia de ser hijo de maestra, que me dio algunos cuerpos de ventaja en mi relación con lo que ahora llaman pomposamente los itinerarios curriculares.

Angelita no me enseñó a leer ni a escribir, ni las cuatro reglas básicas. Ni siquiera me inculcó el afán de conocer, que ese lo traía ya de casa. Sí me enseñó Historia, mucha Historia, en unas clases por las tardes en las que disfrutaba como el enano que era, maravillado entre suevos, alanos, Austrias y Borbones. Pero lo más importante no fue eso, lo más importante fue el espíritu crítico, el nivel de exigencia, la libertad, la inteligencia. Me enseñó a ser persona. En el fondo, creo que me sentía tan gusto en aquel aula porque Angelita representaba algunas de las cosas de mis padres. Era tan roja, tan política y tan irónica como mi padre; era tan meticulosa, tan exigente y tan cariñosa como mi madre.

Mucho tiempo pensé que había sido un privilegiado por gozar del cariño y del favor de aquella gran mujer. Sin embargo, un día ocurrió una anécdota que me dio la verdadera dimensión de Angelita como maestra. En una clase de la Facultad un profesor recién llegado de Madrid comentó que había pasado su infancia en Cádiz y había estudiado en el Colegio La Inmaculada. Cuando acabó la clase me acerqué a él y le dije que yo también había estudiado allí. En la conversación el primer nombre que sacó mi profesor  fue el de la señorita Angelita. Aquel día me di cuenta de que no fui afortunado por caerle bien. No tuve la suerte de que aquella generación del 78 le resultara simpática. Simplemente, tuve el honor de ser su alumno durante cinco de los mejores años de mi vida, como le había pasado a muchas generaciones de alumnos antes y como le pasaría a algunas generaciones de alumnos después.

Por eso, muchas gracias, Angelita.

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