domingo, 24 de octubre de 2010

Desde mi ventana: On air: Mujer e igualdad

Foto: Hemeroteca de elmundo.es
Esta semana se han vuelto a plantear algunas de esas visiones misóginas y sexistas que parece responder más a la España de hace cincuenta años que a la Europa del siglo XXI. Pero es que, para algunos, la mujer sigue siendo la representación del diablo. O el objeto de la tentación. Bueno, la que está en casa es, para ellos, un ser inferior al que controlar, anular y, en algunos casos, golpear. Me he acordado de un texto que ya estaba en mi ventana y que leí en el Hoy por Hoy Cádiz en marzo de este año.

En mi vida no haría falta un ministerio de Igualdad. Será porque aprendí de mi madre que la educación y la sabiduría son tan femeninas como la ternura y la honradez. Tal vez sea porque compartí aulas con niñas tan inteligentes como nuestra propia profesora, la señorita Angelita que me enseñó que la cultura, la lengua, las matemáticas y la historia tenían apellido de mujer aunque durante siglos la voz femenina estuviera silenciada por el coro de hombres que gobernaba. 
Supongo que en mi visión de la mujer también tendrá mucho que ver mi hermana que me hizo comprender que la superación, la responsabilidad y la voluntad no son menos femeninas que la alegría, la imaginación y la brillantez. Y por supuesto, Marta, mi otra mitad, que cada día irradia hacia mí valores tradicionalmente tan masculinos como el esfuerzo, el trabajo y el futuro.
Son las mujeres de mi vida. Las que me hicieron comprender, desde muy niño, que una mujer es, en sí misma, igual al hombre. Ellas y las que me encuentro todos los días. Mis compañeras de trabajo, mis alumnas, mis amigas. A ellas nunca las he visto en una condición diferente a la suya como ser humano. Cuando charlo, discuto, debato o confronto mis argumentos con otra persona no me planteo su género, detalles accesorios ante su esencia humana que es fundamento de su valía y el respeto que para mi merece.Sin embargo, en el día a día veo también miserias y desgracias que llevan el nombre de una mujer. Aquellas a las que en el trabajo despiden por estar embarazadas. Las que cobran menos que sus compañeros hombres. Las que soportan el peso de la responsabilidad de mantener una casa y educar a sus hijos sin recibir más compensación que el silencio. Y, por supuesto, las que sufren la lacra indecente de quien se cree su dueño y escupe sobe ellas sus frustraciones machistas en forma de violencia.
En mi vida no haría falta un ministerio de Igualdad. Ni una consejería. Ni una concejalía. Ni un día de la mujer, porque creo que todos los días son el día del ser humano. Pero en esta sociedad en la que vivimos, en la que las mujeres siguen teniendo más representación en su base que en su cumbre, en la que ser mujer hace las cosas siempre un poco más difíciles, sí hacen falta. Hasta que un día, en la conciencia de cada hombre, se supere la concepción costillar cristiana y se conciba a la mujer como lo que es, un igual. Mientras tanto, quienes no necesitamos la semana de la Igualdad la utilizaremos para recordar a todos tantas realidades hirientes como sufren las mujeres.

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