Ana en una foto de elpais.com |
Como Ana trabajaba con el alcalde de la mitad que perdió y como, según cuentan, uno de los vencedores había recibido calabazas de la chiquilla, cuando regresó a su pueblo la sometieron a múltiples vejaciones. Le cortaron el pelo al cero, le dieron aceite de ricino y la pasearon por todo el pueblo. Con las purgas de ricino, cuando llegó había manchado sus ropas. Pero allí no acabó su vejación. En su pueblo fue, durante muchos años, "una pelona" que era equivalente a ser de la peor estirpe y condición de la que se puede ser.
Hoy, muchos años después de aquellas vejaciones, la Junta de Andalucía le ofrece a Ana 1800 euros. A ella y a todas las que vivieron la misma experiencia de ser ultrajadas por aquellos que vencieron la guerra y sumieron la vida en la monotonía de 40 años grises. Habrá quien piense que el reconocimiento llega tarde. Habrá quien piense que la cifra es insignificante. Probablemente ambos pensamientos sean correctos.
Pero también creo que es correcto, adecuado y justo que el estado español, aunque sea a través de la Junta de Andalucía muestre su compensación, su arrepentimiento por lo que el poder establecido les hizo pasar a esas mujeres. Recordar lo que le pasó a Ana no es reabrir heridas, es contar la verdad de una historia que, durante muchos años, sólo escribieron los vencedores, una historia que olvidaba a Ana y a las mujeres que padecieron lo que ella.
Celebraría con ellas la mención si hubiera algo que celebrar. Pero no lo hay. Su sufrimiento, escondido durante tantos años, no puede ser motivo de celebración. Menos aún podemos celebrar cuando hay bocas que siguen escupiendo en el nombre y en la memoria de estas mujeres. Es la cara de la derecha más rancia española, esa que no logra despegarse de su oscuro pasado. Son ellos los que, realmente, no han logrado cerrar la transición.
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