jueves, 16 de septiembre de 2010

Casi on air: Aviones de guerra

Esta semana no se emite mi columna en el Hoy por Hoy Cádiz puesto que Carlos Alarcón ha tenido a bien sustituirla por un debate en el que participaré junto con Julio Braña y los directores del Diario de Cádiz y La Voz de Cádiz. No obstante, ya tenía preparada la columna y como es de un tema muy actual y, sobre todo, como no quiero dejar de decir lo que pensaba decir, pues utilizo mi blog para publicarla.


Esta vez no me he podido escapar. Eso que, en cuanto que veo el primer cartel Festival Aéreo, Playa de la Victoria, domingo 12 de septiembre, busco urgentemente un plan para huir lo más lejos posible. Si se puede todo el fin de semana para no tener que soportar ni los ensayos del viernes. Pero como mínimo, el domingo pongo tierra entre mis pies y la playa de la Victoria. Este año no ha podido ser. Era el día de las Marías y entre mi madre y mis principios, gana siempre mi madre que para eso me dio la vida y una parte de mis principios.
Por eso y por la cercanía de mi casa al Hotel Playa he tenido que sufrir el fin de semana las molestias de esos juguetes de guerra con los que juegan los militares porque no tienen nada mejor que hacer. He visto una parte de la playa secuestrada. He visto a miles de personas disfrutar de un espectáculo que no es que no lo entienda. Es que lo detesto.
Realmente, mi oposición al festival aéreo está en línea con mi oposición al ejército. No tengo nada contra los militares. Estudié en el Colegio La Inmaculada y algunos de aquellos valores que me inculcaron, como la lealtad y el respeto aún los mantengo. Tengo, incluso, amigos en el ejército. Algunos de esos de oficina, de los que jamás pisarán un campo de batalla pero tienen plaza en cualquier residencia militar para pasar el verano. O de los que se dedican a arreglar televisores en el cuartel en las horas de trabajo que pagamos entre todos. Otros, de los que se juegan la vida por un plato de comida. Como los que se suben al andamio, pero si estos caen, tienen asegurado funeral de Estado y presencia de ministros. Aunque muchos de ellos sean sudamericanos.
Yo prefiero las soluciones pacíficas y no me creo eso de que si quieres la paz, prepárate para la guerra. Este mundo sería mejor sin ejércitos. Dicho esto, me veo obligado a aceptar la existencia del ejército como un mal menor. Nuestra sociedad aún no tiene la madurez de la suiza para prescindir de sus tropas. Lo que no estoy dispuesto a aceptar es que se frivolice con instrumentos de guerra como espectáculo público de ocio.
Porque las máquinas que sobrevolaron nuestros cielos este fin de semana son, en su inmensa mayoría, máquinas de guerra. Máquinas de matar que no disparan humo sino misiles, que las acrobacias las realizan para atacar a sus objetivos. Armas, al fin y al cabo, que se les enseñan a nuestros niños como simpáticos juguetes. Pero no. No son juguetes.
También es por el dinero. Después escucharemos a los militares y a sus superiores diciendo que no tienen para blindar no se qué carro de combate o que no les alcanza para determinada tecnología punta. No estaría mal que se ahorrasen las cantidades que despilfarran en sueldos, dietas, hoteles y queroseno en tiempos como los actuales. 
Ya sé que la gran mayoría no opina como yo. Lo acepto. Había 190.000 individuos viendo los aviones y no más de 10 protestando. No me importa. Estoy tan acostumbrado a ser minoría que no me afecta. Pero aunque sea minoría es mi opinión y no me la pienso callar: Ojalá no vuelva a ver un avión de guerra surcar el cielo de mi playa de la Victoria.

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